La obra en cuestión es el poema ”El alma trémula y sola” que pertenece a la colección Versos Sencillos de José Martí.
La obra refleja la historia de Carolina Otero,“La bella Otero”, como la llamaban sus contemporáneos. Carolina era muy joven y pobre cuando viajó de España a París.
Había nacido en 1871. Su talento excepcional y belleza hicieron que conquistara fama, y en unos cuantos meses encantó a todo París. En su salón se daban cita pintores, escritores y artistas famosos. Entre los admiradores figuraba Renoir quien decorara su casa.
A Carolina, mujer inteligente, parecía no interesarle la riqueza,la bella Otero gustaba de bailar y jugar a los naipes. Pasó incontables noches en Monte Carlo, perdiendo enormes sumas. Toda la naturaleza de la hermosa mujer la quemaba la pasión insaciable por los juegos de naipes.
La bella Otero
La bella Otero
En 1913, cuando se encontraba en la cúspide de la fama y su talento florecía en plenitud, Otero abandonó la escena, pero no le resultaba fácil renunciar a su pasión fatal. Pronto sus riquezas quedaron en manos de los acreedores. El gobierno francés le asignó una pequeña pensión, que no le permitía superar las dificultades.
Con el correr del tiempo la gente se olvidó de Carolina Otero. En 1954, la actriz mexicana María Félix decidió realizar una película sobre la famosa bailarina, reservándose el papel central. Fue grande el asombro de la actriz cuando durante la búsqueda de información sobre la vida de la bailarina la encontró viviendo en París.
La otrora hermosa bailarina, entonces incapacitada y abandonada, vivía en un asilo de ancianos. La anciana falleció en ese asilo a la edad de 96 años en 1965.


Por mucho tiempo se creyó de forma errónea que la bailarina que había inspirado a Martí no había sido La Bella Otero, sino otra de nombre Carmencita que también se presentó en la misma época en Nueva York.
La confusión se produjo por un artículo aparecido en el periódico El Triunfo de La Habana en 1908 y que fue luego reproducido en las Obras Completas por el discípulo de Martí, Gonzalo de Quesada.

El error quedó aclarado por la señora Blanche de Baralt en 1945 en su obra “El Martí que yo conocí”. Explica en ella que “La bailarina española” fue inspirada por La Bella Otero durante su gira de 1890 por Estados Unidos.
Martí ardía en deseos de ver bailar a La Bella Otero, pero en el teatro donde esta se presentaba, el Edén Musée de la calle 23, habían colocado en la puerta un gran banderón de España y Martí sintió en su honor que no podía entrar a un edificio que se cobijara bajo el pabellón español.
Cuenta Blanche de Baralt que un día, sin saber por cuál motivo los empresarios retiraron la bandera de España y Martí en compañía de los esposos Baralt pudo asistir al espectáculo.
José Martí quedó tan impresionado con su presencia que la describió como “la Virgen de la Asunción, bailando un baile andaluz”.
Hoy mucha gente no hubiera conocido el nombre de Carolina Otero y se hubiera olvidado para siempre de no haberla visto una sola vez en su vida el gran poeta cubano para darle la eternidad con sus hermosos versos, en el tiempo de floreciente esplendor de Carolina Otero cuando Martí la vio bailar en el Teatro El Edén Museé en la calle 23 de Nueva York en 1890. En su larga, angustiosa y febril etapa de preparación de la guerra necesaria.
“El alma trémula y sola”
El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.
Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega;
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiera un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la oreja.
Preludian, bajan la luz,
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz.
Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta:
Mueve despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado de corazones.
Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo.
Súbito, de un salto arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
La boca abierta provoca;
Es una rosa la boca;
Lentamente taconea.
Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro…
Baila muy bien la española,
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a un rincón
El alma trémula y sola!